Te hablo del punto exacto. Ese instante del clic en el que la vida, que entiende mucho más de tiempos que tú, sabe bien lo que te hace falta.
Cuando los kilometros, a ti, que dices que no entiendes de distancias, te queman.
Cuando necesitas llegar y sentir que gritas casa como si de jugar al escondite se tratara.
Cuando tú, que odias los abrazos, necesitas esos brazos, y solo esos, para volver a ser.
Entonces no es más que la vida, que a veces te manda señales de que necesitas volver.
Siempre al mismo punto.
A las mismas personas.
Al mismo colchón.
A las mismas cuatro paredes que te vieron crecer.
Para después irte, otra vez.
Para volver a saber que necesitas volver.
Para después irte, otra vez.
Sabiendo que siempre puedes volver a volver.
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