De pequeños nos cuentan que vamos a tener que dividir en dos la vida: lo profesional y lo personal. Y cuando creces tu vida pasa por inercia a ser una balanza entre ambas. Lo que no te explican es que eso es mentira. En verdad la vida es solo tiempo. Dejarlo pasar solo puede hacer que mañana sea tarde. Para atreverse. A lo que sea. Para decir todos esos te quieros que cuando creías que era infinito, te guardabas.
La balanza de verdad está entre lo racional y lo de “dejarse llevar”. Yo, excesivamente racional en lo personal, pero guiada siempre por impulsos en lo profesional. Eso no es equilibrio, querida. Si hay algo que controlamos son nuestras decisiones. Esas que nos llevan a despedirnos de cosas, de lugares, de personas. Y nadie nos enseña a despedirnos. Quitar peso con un adiós en un lado de la balanza para equilibrarla solo es la respuesta fácil. De eso te das cuenta cuando esos “adioses” cuestan más, cuando sabes que en realidad nunca quisimos darlos. Malditas huidas hacia delante.
Pienso en el tiempo. Últimamente quizá más de lo que debería. “¿Será pronto?” es una pregunta trampa. Nunca es pronto ni tarde, solo es ahora. Las historias en la vida real no se rebobinan. El botón deshacer no existe. Pero todo va siempre hacia delante. Con la balanza cabeza-corazón, creo.
O improvisando, que de eso también va la vida.
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