Ella ha contado cuántas veces le han dicho que es culpa suya, que ese armazón vacío de sentimientos está fundiéndose con la piel.
Un rayo de sol intenta colarse esa mañana. Ella decide abrir una ventana, pequeñita, un poco de aire no puede venir mal.
Por qué no, parece que nada puede ir mal si da una bocanada más grande por esta vez.
Aire puro, piensa.
Confía. Pero vuelve. La ventolera parece coger más fuerza esta vez.
Ella cierra la ventada. Echa el pestillo. Se promete no volver a caer. Aunque el rato de sol entre como un torbenillo en su cuarto, y le desordene de nuevo la cama, las ideas, y el corazón.
Y vuelve a contar cuántas veces le han dicho que es culpa suya.
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