Corres, una vez más, escaleras abajo, sin volver la cara, no vaya a ser que un cruce de miradas te juegue una mala pasada.
Cogerías el ascensor, pero odias las cuentas atrás. Más las que detonan al final. Aunque esta ya haya explotado en tu cabeza.
Prefieres huir, haciendo la croqueta. Todavía dices por ahí eso de que la sinceridad es tu arma. Pero al final matas con el maldito silencio. Con lo bonita que es tu voz cada mañana, cada audio de madrugada, cada noche en mi cama.
Ahora qué. Más. Da.
No te confundas, no es miedo a perder. Es miedo a ganar. Y así nos va.
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