El otro día me llamó. Después de un rato me di cuenta de que hacía años que no lo hacíamos.
Lo de hablar digo, lo de mirarnos.
Demasiado volcada en la rutina para darme cuenta. Nos contamos la vida, con pelos (porque qué pereza depilarse, eh amiga) y con señales de humo de esas de la edad moderna.
El despertador, las prisas con el desayuno, abrir el armario y coger lo primero que pillo, entrenar, correr a la oficina, trabajar, parar para comer, y seguir trabajando, estudiar, la ducha, el pijama, (mierda!) la comida para mañana, la cena, y a la cama.
El despertador, y vuelta a empezar. Joder, a ver si iba a ir en serio.
¿Por qué ya no la llamaba? ¿En qué momento cambió todo? Por eso ahora que hemos hablado, no importa por qué nos hemos llamado, porque no quiero dejar de hacerlo.
Y es que ahora colgar se vuelve complicado pero cada vez que hablamos nos prometemos que esta vez volveremos a hacerlo pronto.
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