La putada de todo esto es que tus ojos te delatan. O las cuatro letras de ese hola que dejas escritas y no te atreves a enviar, por lo del qué dirá(n). Maldito invento ese del Whatsapp.
Te gusta hablar. Que te den cuerda. Entre copas de por medio para empezar, aunque hay con quien no hace falta nada. Ni la ropa. Pocos saben de tu don para las carcajadas que duran más de la cuenta. De que si te hace reír te tiene ganada. De que vas de chica dura pero a veces se te olvida. De que entonces la lías, te lías, una vez más.
No sabes ni cómo lo hiciste esta vez, pero al final siempre estás en las mismas. Qué perdida. Qué razón tenía el que dijo que a veces concentramos la vida en unos pocos instantes. Que al final valen más un puñado de personas que la fiesta más multitudinaria a la que podrías ir. Que tú sola eres fiesta cada vez que sonríes. Cada vez que te dejas llevar. Sin frenos.
Ahí, como en todo, juegas con ventaja. Ya caíste en la cuenta de que el humor es cosa seria, y más en días de tormenta. Como con el amor. De que vale más un intercambio de risas sin sentido que cualquier intento de conversación para impresionar. Que esas ya vendrán después. No hay mejor comienzo.
De momento, deja que siga lloviendo. No pares. Sigue envuelta en tu manta una tarde más, que se está calentito.
Pero oye, solo hasta que pase la tormenta.
Luego sal, de nuevo, ahí afuera.
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